Volumen 1, N°1 Agosto de 2004

La bibliografía en Chile (1)

 

Bibliografía general

Las más antiguas indicaciones bibliográficas concernientes a Chile aparecieron en algunas bibliografías de carácter general relativas a la América colonial. La primera fue el Epítome de la Biblioteca Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica de Antonio de León Pinelo, publicada en Madrid en 1629. El capítulo IX está dedicado a las “Historias del Reyno de Chile”, que no es más que una simple lista de catorce títulos, en que se incluyen obras literarias y crónicas impresas y manuscritas.

Más adelante, en 1672, la Biblioteca Hispana Nova de Nicolás Antonio significó una nueva contribución, como también la reedición del Epítome de Pinelo, considerablemente ampliado por Andrés González de Barcia y dado a las prensas en Madrid, en tres tomos, los años 1737 y 1738.

Solamente en las postrimerías de la época colonial encontramos en Chile un indicio de curiosidad bibliográfica, debido a la actividad intelectual del abate don Juan Ignacio Molina. En el Compendio de la Historia Civil del Reino de Chile, traducido al español del original italiano y publicado en Madrid en 1795, Molina incluyó al final un “Catálogo de los escritores de las cosas de Chile”, en que se anotan sesentaiséis obras entre impresas y manuscritas. En rigor no es más que una lista de autores y títulos con indicación del formato, lugar y año de edición, cuando se trata de impresos y, en el caso de algunos manuscritos, con mención de la biblioteca donde se encuentran.

Es necesario llegar a las investigaciones de José Toribio Medina, en la segunda mitad del siglo XIX, para encontrar un estudio detenido y erudito de la bibliografía general relativa a los años coloniales.

En 1891 en su Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile, Medina registró los modestos impresos dados a la estampa en el taller que existió antes de la llegada de la imprenta de la Aurora de Chile, y que en su mayor parte eran hojas sueltas. Posteriormente, Medina completó su obra con nuevos hallazgos y preparó unas Adiciones y Ampliaciones que fueron publicadas póstumamente en 1939. En total; en ambas obras fueron descritos cuarenta impresos aparecidos durante la Colonia.

El conocimiento de la bibliografía colonial se amplía con otra de las obras de Medina, la Biblioteca Hispano-chilena (Santiago, 1897-1899, 3 tomos), concebida dentro de un plan muy amplio y realizada con la ejemplar técnica bibliográfica del autor. El propósito de Medina fue consignar, según sus propias palabras, “cuantas piezas han llegado a nuestra noticia, dadas a la prensa en Europa o América, por chilenos o por españoles que desempeñaron en Chile algún papel, sea que se refieren o no a nuestra nación”. El resultado fue un total de 816 papeletas hasta el año 1810, correspondiendo la primera a la relación del viaje de Magallanes publicada por Maximiliano Transilvano, en Roma, en 1523.

La Biblioteca Hispano-chilena llegó a hacerse muy escasa por el corto número de ejemplares que se tiraron y esta circunstancia determinó al Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina a hacer una segunda edición en 1963, utilizando la técnica moderna que permite reproducir facsimilarmente las obras.

Los trabajos de Medina relativos a la imprenta en la Colonia se resumen y amplían con nuevos datos en la obra titulada Impresos Chilenos 1776-1818, publicada en gran formato y con todo lujo por la Biblioteca Nacional en 1963, con motivo de cumplirse el sesquicentenario de su existencia. El primer tomo contiene las reproducciones de los impresos y el segundo la descripción bibliográfica de ellos y algunos facsímiles de los manuscritos originales. En total contabiliza 2.787 piezas, incluyendo las que fueron dadas a la estampa en los días de la Independencia. La primera entrada corresponde al opúsculo titulado Modo de ganar el jubileo santo, impreso en 1776. Con posterioridad a 1810 la bibliografía general de Chile aparece estudiada por diversos tipos de obras, algunas de las cuales ya se mencionaron.

El catálogo de los libros y folletos impresos en Chile desde que se introdujo la imprenta, publicado por los hermanos Amunátegui en 1857 en la Revista de Ciencias y Letras aportó 830 títulos sin incluir “aquellas publicaciones que tenían un interés de circunstancias ni que versaban sobre asuntos privados, como informes en derecho, etc.”.

Una importancia mucho mayor tuvo la publicación de la Estadística Bibliográfica de la Literatura Chilena de Ramón Briseño (Santiago, 1862-1879, 2 volúmenes), elaborada sobre un concepto más amplio de la investigación bibliográfica. En ella se procuró no omitir ningún impreso, por insignificante que fuese, dando así al término “literatura” su sentido más lato.

El primer tomo de la obra abarca los años 1812-1859 y el segundo 1860-1876. El primer tomo se divide en las siguientes secciones: Catálogo de Impresos chilenos, incluyendo hojas sueltas, folletos, libros y periódicos. Índice cronológico de la sección precedente, ordenado por año. Lista de las publicaciones periódicas. Catálogo de las obras y documentos que directa o indirectamente tratan de Chile, publicados en el extranjero o que permanecen manuscritos. Catálogo de los escritores chilenos cuyas obras han sido publicadas en el extranjero o permanecen inéditas. Índice de los autores citados en las dos secciones anteriores. Apéndice a la primera sección.

En el segundo tomo, el autor conservó, en general, el mismo plan, introduciendo algunas secciones destinadas a rectificar o ampliar diversos aspectos del tomo I y agregó una sección de “Curiosidades bibliográfico-chilenas”. En ella dio cuenta de las obras inscritas en el registro de la propiedad literaria entre 1864 y 1876, incluyó un índice de los Anales de la Universidad de Chile desde sus orígenes en 1843 hasta 1876, otro sobre la serie de los Documentos parlamentarios, etc.

En los dos tomos de la obra la parte más extensa y sustancial es el catálogo de los impresos chilenos, que proporciona los detalles de los impresos, aunque con todos los defectos de la técnica de Briseño, según se explicó anteriormente.

El trabajo que demandó a su autor la Estadística Bibliográfica fue enorme por la carencia casi absoluta de investigaciones anteriores. El mismo lo ha recordado en el prólogo del tomo 1: “Me instalé día a día, por espacio de seis meses en la Biblioteca Nacional, registré de punta a cabo, como suele decirse, todos los impresos chilenos que allí existen, encuadernados y sin encuadernar, y tomé prolija nota de cada uno de ellos respecto a todas las circunstancias de detalle que se me pedían. Luego practiqué la misma operación en mi biblioteca, que no deja de abundar en publicaciones nacionales de toda especie, y sucesivamente en la de varias personas dedicadas a coleccionar periódicos y otros impresos, así como en uno que otro de los mal cuidados y peor conservados archivos de las imprentas de esta capital, a que pude penetrar directamente o por medio de mis comisionados. No contento con esto, y sospechando que ni la Biblioteca Nacional ni los demás depósitos de papeles de Santiago hasta entonces recorridos, contuviesen, como sucede, todas la publicaciones hechas en el país en diversos lugares y tiempos, solicité y obtuve del señor Rector de la Universidad que se dignase dirigir una circular a los señores intendentes de aquellas provincias en que hay o ha habido imprentas, encareciéndoles la utilidad que el país reportaría de que saliera completo y exacto el catálogo que se estaba formando de las publicaciones chilenas, y recomendándoles la necesidad que había de que interpusiesen su autoridad para con los dueños o administradores de dichas imprentas a fin de que las personas que yo comisionase no sólo no tropezaran con obstáculos de ningún género, sino antes bien contaran con las mayores facilidades... Hice más todavía: para averiguar los nombres de los autores de una gran cantidad de publicaciones anónimas, me ha sido indispensable interrogar, entre autores, colaboradores y editores, a más de cincuenta personas, ancianos y jóvenes, conocedores de la materia”.

Entre las personas que más decididamente ayudaron a Briseño figuran don Andrés Bello, don Miguel Amunátegui, don Diego Barros Arana y don Francisco Bascuñán Guerrero. Los tres primeros fueron quienes promovieron en la Universidad de Chile la idea de encargar a Briseño esta gigantesca tarea.

En lo concerniente a la época de la Independencia, la Estadística bibliográfica de Briseño quedó luego superada por la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile de Medina y las correspondientes adiciones y ampliaciones, como también por la Biblioteca Hispanochilena, pues al autor incluyó los impresos relativos a la emancipación porque en su concepto la época colonial terminaba recién con el triunfo de Chacabuco.

La bibliografía de la Independencia cuenta, además, con otra investigación de largo aliento, la Bibliografía chilena, precedida de un bosquejo histórico sobre los primeros años de la prensa en el país elaborada por Luis Montt en los años en que fue Director de la Biblioteca Nacional. Esta obra, sin embargo, tropezó desde un comienzo con la fatalidad, como relata Ramón A. Laval en su Bibliografía de bibliografías: “el señor Montt alcanzó a dar a luz, por la Imprenta Barcelona, 264 págs. del tomo I, en las cuales se catalogan 14 piezas impresas en Santiago entre 1780 y 1807, y cuyas descripciones están exornadas de eruditísimas y muy curiosas notas y documentos, la mayor parte inéditos, llenos de interés para el estudio de la historia patria. Terminado el tomo II, continuó con el III, y en él trabajaba cuando lo sorprendió la muerte (25 de noviembre de 1909). Alcanzó a dejar impresas (Imprenta Universitaria de Santiago) 160 págs. de este volumen, con la descripción de 57 piezas con sus correspondientes notas. Los pliegos impresos del tomo I que debían rehacerse según las intenciones del señor Montt, fueron vendidos por la imprenta como papel inútil, y los del III se quemaron en el incendio que destruyó la Imprenta Universitaria en 1909. De unos y otros no sé que exista otro ejemplar que el que me ha servido para hacer esta nota”.

Los pliegos salvados por Laval sirvieron para hacer una nueva edición de los tomos I y III en 1918 y 1921 respectivamente, aunque, al parecer, quedaron incompletos. En total la obra de Montt consta de 163 entradas que cubren el periodo comprendido entre 1780 y 1818; en cuanto a método, difiere poco del utilizado por Medina.

Con posterioridad al período de la Independencia y hasta 1876, la Estadística bibliográfica de Briseño continuó por largos años como la única fuente de información.

Debido a esta circunstancia y a la escasez de los ejemplares disponibles, en 1965 la Comisión Nacional de Conmemoración del Centenario de la muerte de Andrés Bello publicó una reedición facsimilar y esta iniciativa fue complementada por la decisión de la Biblioteca Nacional de adicionar la obra con un estudio especial.

El encargado de la tarea fue Raúl Silva Castro, cuyas Adiciones y ampliaciones a la Estadística bibliográfica de la literatura chilena (1819-1876) de Ramón Briseño fueron impresas en 1966. El plan de este investigador consistió en complementar la obra sólo a partir de 1819, por considerar que el período anterior, 1812-1818, ya estaba adicionado con los Impresos Chilenos publicados pocos años antes por la misma Biblioteca Nacional. En cuanto a los impresos que debían registrarse, Silva Castro observó el criterio de considerar solamente los omitidos por Briseño, salvo en el caso de aquellos que fuese difícil reconocer a través de la descripción de la Estadística Bibliográfica.

Volviendo a tomar la línea cronológica de las épocas comprendidas en las bibliografías generales, después del aporte de la obra de Briseño el siguiente hito está marcado por el año de 1886, en que apareció el primer número del Anuario de la Prensa Chilena editado por la Biblioteca Nacional. Sin embargo, antes de entrar a considerar esta colección, es necesario detenerse en el período 1877-1885, que media entre la investigación de Briseño y el Anuario.

El Director de la Biblioteca Nacional, don Luis Montt, al disponer la preparación del Anuario comisionó a David Toro Melo, funcionario de aquella repartición, para que confeccionase la bibliografía respectiva. Toro Melo reunió 2.448 títulos, tropezando en su trabajo, igual que Briseño, con el incumplimiento de la ley de imprenta, que obligaba entonces a depositar en la Biblioteca Nacional dos ejemplares de cada impreso. El año 1894 la impresión del trabajo de Toro Melo estaba ya concluida cuando un incendio arrasó la imprenta donde se encontraba, salvándose solamente dos ejemplares que hasta el día de hoy se conservan en el Museo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional.

Muchos años más tarde don Raúl Silva Castro, a la sazón Jefe de la Sección Chilena de la Biblioteca Nacional, emprendió la tarea de completar la investigación de Toro Melo y en 1952 publicó a expensas de aquel organismo el Anuario de la Prensa Chilena 1877-1885, que da cuenta de libros, folletos, y hojas sueltas, dejando de lado la prensa periódica.

Silva Castro aumentó en 1.722 la cantidad de impresos registrados, llegando el total a 4.170. Además, empleó un método muy superior al de su antecesor, como se deduce de sus propias palabras: “Se limitó éste a describir las piezas sin decir nada de su contenido; y yo por mi parte me he esmerado en decir cuanto es preciso para que la consulta posterior de la pieza, si es necesaria, sea fructuosa en todo sentido. He descifrado anónimos y seudónimos; he discutido atribuciones; he señalado referencias cruzadas cuando se trata de piezas sobre un mismo asunto, réplicas, etc.”.

En esa forma fue llevada a feliz término la tarea de cubrir el periodo 1877-1885.

El Anuario de la Prensa Chilena, comenzado a publicar en 1886, significó un gran avance en la sistematización de la bibliografía general de Chile. Con un ligero retraso de dos o tres años, aparecieron hasta 1912 los números correspondientes a cada año, ofreciendo pocas variantes en su plan general. Los números correspondientes a esos primeros 27 años, que bien pudieran llamarse la primera época del Anuario, contaban fundamentalmente de tres secciones: Libros, folletos y hojas sueltas; Periódicos y revistas; y Registro de la propiedad literaria. Los números que corren entre 1891 y 1902 tuvieron una sección especial titulada “Publicaciones de autores chilenos o relativas a Chile impresas en el extranjero”; los números que van de 1892 a 1902 dieron cuenta a través de otra sección de la aparición de impresos que se habían omitido en los números anteriores; entre 1896 y 1900 hubo una sección especial para las composiciones musicales impresas en Chile y de autores chilenos publicadas en el extranjero. El número de 1891 trae una sección destinada a la prensa clandestina que surgió durante la guerra civil de aquel año.

El primer Anuario registró 514 piezas entre libros, folletos y hojas sueltas y 173 publicaciones periódicas; el de 1912 anotó 1.147 de los primeros y 496 publicaciones periódicas.

Los principales funcionarios de la Biblioteca Nacional que prepararon los Anuario fueron don José Manuel Frontaura Arana, don Ramón A. Laval y don Enrique Blanchard-Chessi; pero el alma de esta publicación fue don Luis Montt.

La importancia de esta empresa queda de manifiesto en una carta dirigida a don José Toribio Medina por el Director de la Biblioteca Nacional de Madrid, don Francisco Rodríguez Marín: “No hay nada comparable en esa América por lo que hace a información bibliográfica, como el Anuario de la Prensa Chilena que edita la venerable Biblioteca Nacional de su patria, y que es orgullo de ese continente y envidia nuestra por tan acabada publicación. Ni siquiera países europeos de seria y afamada tradición bibliográfica cuentan con un libro tan respetable”.

Después de 1913 la publicación del Anuario se hizo completamente irregular. Sólo en 1924 se dieron a la estampa los correspondientes a 1914 y 1915 y en 1927 apareció el de 1916. Este último número elaborado por Guillermo Feliú Cruz, a la sazón jefe de la Sección Chilena de la Biblioteca Nacional.

En 1962 el señor Feliú Cruz inicia como Director de la Biblioteca Nacional una nueva etapa en la publicación del Anuario contando con la colaboración de la empleada de aquel servicio señora Elvira Zolezzi y de otros miembros del personal. Aquel año aparecieron en un solo número los Anuario correspondientes a los años que van de 1917 a 1921 y luego, en rápida sucesión de volúmenes se logró poner al día la publicación hasta el año 1961. El Anuario de 1962 se imprime ya en un solo volumen y desde entonces hasta llegar al número correspondiente a 1975, se logró mantener una perfecta regularidad en la aparición de la serie.

En esta última etapa el Anuario conservó las secciones primitivas con ligeras modificaciones en el ordenamiento, también se consignaron adiciones a los números anteriores desde 1877 y se comenzaron a registrar de manera provisoria los impresos de carácter oficial.

De esta manera, a pesar de la escasez de los medios económicos, que obligó a imprimir el Anuario en pobres condiciones tipográficas, se logró poner al día la publicación.

El año 1976 la Biblioteca Nacional introdujo un cambio, se reemplazó el título de Anuario por el de Bibliografía chilena, abarcando en cada volumen las publicaciones de varios años. Hasta el momento se incluyen las obras aparecidas entre 1976 y 1981.

Dentro de esta parte de la bibliografía debe mencionarse también la Bibliografía General de Chile, de Emilio Vaisse, concebida por el distinguido humanista mientras desempeñaba el cargo de jefe de la Sección de Informaciones de la Biblioteca Nacional. El trabajo de aquella sección demostró a Vaisse la necesidad de contar con un amplio catálogo bibliográfico para responder a las consultas que efectuaban los lectores, compuesto de cinco partes: un “Diccionario” de autores chilenos y extranjeros que hubiesen escrito sobre Chile, desde la época colonial, otro “Diccionario” de impresos y artículos anónimos, una “Bibliografía” del periodismo y diarismo chileno, una “Topo-bibliografía” o bibliografía ordenada por conceptos geográficos y finalmente, una “Bibliografía sistemática” dispuesta por materias. 

Vaisse puso manos a la obra con notable entusiasmo y comenzó a publicar en la Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera la primera parte de su trabajo. Concluida la aparición de los nombres comprendidos entre Abalos y Barros Arana, se hizo una tirada aparte, en 1915, con el siguiente título, Bibliografía General de Chile. Primera parte. Diccionario de autores y obras.

El plan de la obra consistía en registrar los autores, proporcionar algunos brevísimos datos bibliográficos, dar indicaciones biobibliográficas sobre cada uno de ellos y anotar enseguida los libros, folletos o artículos que hubiese publicado.

Tan interesante investigación no pudo prosperar, desgraciadamente, y después de la aparición del tomo I y de unos cuantos pliegos del II, quedó detenida.

Dentro del panorama de la bibliografía general merece una digresión especial la prensa periódica, pese a que en parte su catalogación está considerada en algunas de las obras que ya se han mencionado.

El primer intento para sistematizar el registro de las publicaciones periódicas chilenas se debe a Juan Bautista Alberdi, que en su trabajo Legislación de la Prensa en Chile, publicado en Valparaíso en 1846, incluyó una “Lista alfabética de los periódicos publicados en Chile, desde el principio de la revolución, hasta el día”. En ella simplemente anotaba el nombre de 207 periódicos, sin allegar ningún otro antecedente.

Un avance considerable significó la aparición, en 1862 y en 1869, de los dos tomos de la Estadística bibliográfica de Ramón Briseño, que no sólo abarcaba un lapso mayor, sino que también proporcionaba algunos datos fundamentales sobre cada publicación periódica, a saber: cantidad de números aparecidos, cantidad de páginas, tamaño, imprenta, año y lugar de impresión. Era el mismo método empleado por Briseño para catalogar los libros y folletos, con los mismos inconvenientes de aquél.

La recopilación de los periódicos, muchos de ellos de circunstancia o de guerrilla, impuso duros trabajos a Briseño, como él mismo lo señalaba en el prólogo de su obra: “de algunos de ellos, en particular de los que duraron poco tiempo o que apenas nacieron para morir en seguida, nada se ha podido averiguar, sea porque sus autores o editores han fallecido ya, sea porque las pocas personas que aún existen y que podían suministrar alguna luz, están enteramente trastornadas; ni siquiera se acuerdan de que tales o cuales periódicos se hubieran publicado en Chile; y a fe que tienen razón. ¿Cómo acordarse de publicaciones que se hicieron con el mayor sigilo, y que, por circunstancias especiales, sólo tuvieron una existencia efímera?”.

El mismo Briseño hizo otra contribución, en 1886, en los Anales de la Universidad de Chile, donde publicó el Cuadro sinóptico periodístico completo de los diarios y periódicos de Chile, que era un registro de la prensa periódica del período 1812-1884 conservada en la Biblioteca Nacional. Mayor significado tiene la aparición de la Bibliografía de las principales revistas y periódicos de Chile, publicada por Nicolás Anrique Reyes en 1904, en que el autor dio cuenta de los principales artículos dados a luz en treintaicinco publicaciones periódicas.

Años más tarde, en 1912, al cumplirse el centenario de la aparición de la Aurora de Chile, Enrique Blanchard-Chessi preparó el Catálogo de la Exposición Retrospectiva de la Prensa Chilena, donde hizo el inventario de periódicos y revistas.

Desde 1886 y hasta 1915, el Anuario de la Prensa Chilena llevó el catálogo de las publicaciones periódicas a través de su sección “Diarios, periódicos y revistas”. A partir de 1916 y hasta 1928, con excepción del año 1922, la Biblioteca Nacional editó la Lista de publicaciones periódicas chilenas, que en 1929 pasó a llamarse Revistas, diarios y periódicos chilenos y en 1930 Anuario de las publicaciones periódicas chilenas.

Entre los años 1931 y 1938 apareció el catálogo titulado Publicaciones periódicas chilenas, editado siempre por la Biblioteca Nacional. Desde 1939 y hasta 1951 hay una laguna; pero en 1952 reaparece el Anuario de publicaciones periódicas chilenas que sigue apareciendo hasta 1962.

Descripciones muy detalladas sobre los periódicos de la Independencia se encuentran en la Bibliografía de la Imprenta en Santiago de Chile de José Toribio Medina y en la Bibliografía chilena de Luis Montt, a los que se deben agregar los estudios bibliográficos tomados de las anteriores obras o elaborados por Guillermo Feliú Cruz, que preceden a algunos de los tomos de la Colección de antiguos periódicos chilenos que edita la Biblioteca Nacional.

Rómulo Ahumada Maturana, funcionario de la Biblioteca Nacional, insertó en los tomos V y VI de la Revista de Artes y Letras una “Revista de revistas” que comprende veintiséis títulos hasta 1882. En épocas muy posteriores Roberto Vilches publicó Las revistas literarias chilenas del siglo XIX en la Revista chilena de historia y geografía (1941 y 1942) incluyendo interesantes noticias sobre los colaboradores y las circunstancias que rodearon la publicación de cada revista.

En los últimos años el Centro Nacional de Información y Documentación ha procurado sistematizar el catálogo de las publicaciones periódicas chilenas y extranjeras que existen en las bibliotecas del país, editando al efecto el Catálogo colectivo nacional de publicaciones periódicas, cuya primera contribución data de 1968.

También es de interés señalar los catálogos que se han publicado de los Anales de la Universidad de Chile, por el interés general que ofrece esta serie, la más antigua de Latinoamérica sobre materias científicas y literarias. El primero fue publicado por Ramón Briseño en 1856 con el título de Índice general de los Anales de la Universidad de Chile, comprensivo de los trece primeros años, desde 1843 hasta 1855; el segundo fue publicado por Eduardo Valenzuela Guzmán en 1890 bajo el título de Apéndice a los Anales de la Universidad. Índice alfabético y analítico de los trabajos publicados. 1843-1887. Por último, en 1954, la Biblioteca Central de la Universidad de Chile entregó un Índice general para el periodo 1843-1950, ordenado según el nombre de los autores.

No podría concluirse esta relación de la bibliografía general de Chile sin mencionar, finalmente, tres estudios fundamentales para conocer los trabajos bibliográficos del país. El primero es la Bibliografía de Bibliografías chilenas, debida a don Ramón A. Laval, que fue incluida en el tomo I de la Bibliografía general de Chile de Vaisse; el segundo es el Suplemento y adiciones a la Bibliografía de bibliografías chilenas que publicó don Ramón A. Laval de Herminia Elgueta de Ochsenius, que se imprimió por cuenta de la Biblioteca Nacional en 1930.

La tercera obra es la extensa y erudita investigación publicada por Guillermo Feliú Cruz, en cuatro tomos, que tituló Historia de las fuentes de la bibliografía chilena y que fue editada por la Biblioteca Nacional entre 1966 y 1968.

La obra abarca desde los orígenes de la actividad bibliográfica hasta años más o menos recientes y es una guía segura para quien desea conocer en detalle el desenvolvimiento de la disciplina.

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