Volumen 2, Nº1 Agosto de 2005

Ricardo Donoso Novoa y sus contribuciones a la historiografía nacional

 

III. Estudios de historiografía política

En el campo de la historiografía política el profesor Donoso sobresalió por sus trabajos sólidamente documentados e interpretaciones renovadas. No nos referiremos a su estudio Desarrollo político y social en Chile desde la Constitución de 1833, dado que en parte aparece esbozado en las palabras de Guillermo Feliú citadas anteriormente.

El Catecismo Político-Cristiano

En 1943 entró en circulación la obra de Donoso titulada El Catecismo Político-Cristiano[46], en la que estudió las ideas políticas del documento que con el mismo nombre circuló en Chile en forma manuscrita en 1810, y cuyo autor se ocultó bajo el pseudónimo de José Amor de la Patria. Según escribió Jaime Eyzaguirre el mismo año 1943, “todo el que haya intentado el estudio de las ideas políticas en Chile, ha debido tomar conocimiento del célebre Catecismo Político Cristiano quecirculó en el país en los primeros años del movimiento emancipador y que sistematiza el pensamiento de las mentes más avanzadas de la época. Y no obstante tratarse de un documento tan notable como conocido, el nombre de su autor ha permanecido hasta ahora inseguro, por no decir francamente ignorado. Con espíritu ligero y carente de examen crítico, se dice y repite que fue la pluma de Martínez de Rozas la que lo sacó a la vida. Pero nada serio lo demuestra y, en cambio, ahora nuevos antecedentes alejan en definitiva de esta hipótesis y proyectan luz sobre caminos hasta el presente insospechados”. Más adelante agrega, refiriéndose a la obra de Donoso:

“El trabajo del señor Donoso ha analizado con gran minuciosidad el origen y contenido de este documento y sus afinidades con otros catecismos que circularon en América en aquellos mismos años. Desde luego el señor Donoso llama la atención al hecho de no existir referencia alguna sobre tan importante trabajo en escritores como Talavera, Martínez, Argomedo y Egaña, que narraron los hechos contemporáneos de la gestación de la independencia chilena. Advierte que la primera mención data sólo de 1847 y se debe a don Pedro Godoy, que en su obra Espíritu de la prensa chilena, sostuvo que el pseudónimo José Amor de la Patria, bajo el cual apareció el Catecismo, correspondía a Rozas, e introdujo adulteraciones en el texto del mismo, encaminadas indudablemente a afianzar su tesis. Lo más admirable es que la paternidad atribuida al Catecismo con recursos tan vedados, encontró apoyo en el historiador Barros Arana que, no obstante poseer en su biblioteca un ejemplar auténtico del documento, prefirió en su monumental Historia General servirse de la versión adulterada de Godoy y cargar así el peso de su autoridad en favor de la tesis por éste fabricada.

El señor Donoso no se contenta sólo con probar cuán infundada es la afirmación de Godoy, sino que va más allá y propone, a su vez, una nueva solución al problema. En su concepto el autor del Catecismo es el abogado altoperuano Jaime Zudáñez, que figuró en los levantamientos patriotas de esa región y pasó después a Chile, sirviendo la misma causa. Las afinidades de estilo que el Catecismo presenta con diversas piezas literarias del valeroso caudillo y las referencias que aquel hace de los sucesos sangrientos del Alto Perú, que Zudáñez conocía de visu, hacen verosímil la intuición del señor Donoso”[47].

Las ideas políticas en Chile

En 1946 el Fondo de Cultura Económica, de Ciudad de México, entregó la monografía del profesor Donoso que lleva por título Las ideas políticas en Chile, obra que tuvo una segunda edición en Santiago, Facultad de Filosofía y Educación, Universidad de Chile (Editorial Universitaria) en 1967 y una tercera hecha por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) en 1975.

En este trabajo el autor planteó la tesis de que “La transformación del espíritu que prevaleció en Chile durante la primera mitad del siglo XIX, cuyos rasgos esenciales encontramos en la Constitución de 1833, fue el resultado de los esfuerzos de toda una generación de escritores y de hombres públicos que pretendieron realizar, como dijo el maestro Lastarria (1817-1888), la República; es decir, la transformación de una república conservadora en una democracia política”[48]. Esta “transformación”, a juicio de Donoso, fue el resultado de una lucha contra los elementos reaccionarios y especialmente contra la influencia de la Iglesia. Esta lucha se dio en tres frentes: educación, el Congreso y la vida intelectual, y en ella se destacaron Andrés Bello, José Victorino Lastarria, Miguel Luis Amunátegui, Manuel Antonio Tocornal y Diego Barros Arana, entre otros.

En el prólogo de la obra, Donoso señaló que en los historiadores nacionales se advierte la influencia del concepto histórico que barajaron los cronistas coloniales, la que los llevó a asignar a los países hispanoamericanos una personalidad propia, desde el período de la conquista, y a atribuir un rol decisivo a la acción de gobernadores y presidentes. Este concepto llegó hasta la generación de Barros Arana, sus imitadores y discípulos. Sin embargo, desde los escritos de José V. Lastarria “pueden advertirse las tendencias a bosquejar las premisas de un sociología incipiente”[49].

En este sentido, Miguel Luis Amunátegui fue el primer historiador que se preocupó de las ideas políticas y heredó de la primera generación de historiadores --surgida luego de la Independencia-- la animadversión contra el legado colonial y “la admiración entusiasta por los hombres que llevaron a cabo la obra de la regeneración política”[50]. Para Donoso, Amunátegui debe figurar entre los primeros que se esforzaron por lograr la organización democrática del país.

El camino trazado por Amunátegui lo siguió Isidoro Errázuriz, quien en 1877 publicó su Historia de la administración Errázuriz, que a juicio de Donoso fue el primer ensayo que abordó el tema de la influencia de las ideas en la evolución política de Chile. En 1878 Benjamín Vicuña Mackenna editó su Historia de la jornada del 20 de abril de 1851. Una batalla en las calles de Santiago, obra que Donoso consideró uno de “los más logrados ensayos de evocación política de la historiografía nacional”[51].

A continuación, Donoso destacó la importancia de los trabajos de Valentín Letelier, Alcibíades Roldán y Alberto Edwards. Al primero de ellos lo definió como uno de los primeros que investigó la influencia de las ideas en las instituciones, abriendo con ello una nueva senda en la historiografía. En cambio, afirmó que Edwards “pletórico de orgullo aristocrático y de reprimida hostilidad contra las tendencias democráticas [...] desengañado del régimen parlamentario [...] panegirista incondicional del régimen pelucón [...] puede considerarse como el escritor más caracterizado de la aristocracia santiaguina, con todas sus cualidades y sus rancios prejuicios”[52], señalando más adelante que el autor de La Fronda aristocrática en Chile proyectó una imagen de la evolución política del país “oscurecida por el apasionamiento más rabiosamente antidemocrático y antiliberal que puede señalarse en las letras chilenas”[53].

Luego de este análisis introductorio, Donoso señaló el objetivo de su obra: una reseña de la lucha por el establecimiento de la democracia en Chile, en la que correspondió a los partidos liberales una acción preponderante que logro forjar y establecer el ambiente de libertad y tolerancia incorporado en nuestras costumbres políticas.

Comentando la obra, Julio Heise afirmó: “es un hermoso libro consagrado a reseñar la evolución ideológica de Chile, destacando los esfuerzos realizados para llegar a la democracia política, para combatir arraigados prejuicios y consagrar la tolerancia religiosa, la libertad de expresión y combatir el autoritarismo presidencial. Este magnífico libro reúne en conjunción armoniosa una seria labor historiográfica con la exposición de un auténtico hombre de letras dueño de un estilo limpio y bello”[54].

Por su parte, Raúl Silva Castro escribió el siguiente comentario acerca de la segunda edición del libro:

“Si es legítimo hacer inferencia sobre el contenido de los libros sólo por el número de las páginas concedidas a un tema, el asunto que más ocupa la atención del señor Donoso es el que llama 'lucha contra la influencia de la Iglesia'. En su estudio, aparece dividido en tres partes distintas, y cubre en total algo más de cien páginas. El libro mismo tiene sólo 350 páginas de texto, acrecentadas algo con prolija bibliografía y excelente índice de nombres citados. Todo ello compone una obra de fácil consulta. Según nos ha parecido colegir, el texto no presenta innovaciones, salvo de pequeños pormenores, respecto al de la primera edición.

Pero aquella inferencia no es del todo legítima. En una nación como Chile, formada dentro del molde de vida española, no fue raro heredar en el legado colonial a la Iglesia católica, unida al Estado y dotada de profundas raíces en el cuerpo social, raíces que en gran parte subsisten todavía. Pero si esta lucha contra la influencia de la iglesia no ha sido bastante para destruir esas raíces, ¿podría postularse que fracasó? No, no ha fracasado. Lo que sí sucede es que en Chile, tras algunas escaramuzas y batallas, se llegó al convencimiento de que la Iglesia (y nótese bien que ahora no se habla sólo de la católica sino de cualquier otra) operaba en una esfera u órbita de los sentimientos humanos hasta la cual bien podía no llegar la intervención de otras instituciones, de las instituciones civiles por ejemplo, y que era posible la pacífica coexistencia. Pero para llegar a este entendimiento fueron precisas muchas cosas, entre las cuales debe citarse como principal ingrediente la tolerancia, sin la cual seguiríamos en plena lucha teológica (como se dijo alguna vez) como sucedió en el siglo XIX.

Otro de los temas que interesan positivamente al autor de este libro, es el de los mayorazgos, a cuya supresión dedica un vasto capítulo, titulado “La lucha contra la aristocracia”. Las informaciones que da son copiosas, y con ellas se arma de una monografía irreprochable. Lo que no se entiende bien es por qué en un momento determinado un grupo selecto de chilenos renovado en varias instancias, porque la destrucción de los mayorazgos no se logró al cabo de una sola embestida, juzgó que los mayorazgos eran un obstáculo para la realización de la democracia. Errónea y todo, esa convicción se impuso, y en consecuencia los mayorazgos fueron disueltos y, más aún, se prohibió constituir nuevos.

Mientras tanto, desarrolla su existencia al lado de la de Chile una nación europea en la cual los mayorazgos existen: Gran Bretaña, y donde no han sido juzgados incompatibles con la democracia. Más aún: en Gran Bretaña ha habido y hay gobiernos laboristas, esto es, formados como delegación explícita de la gente de trabajo, del pueblo común, que han respetado los mayorazgos, tal vez como prueba de que no los juzgan incompatibles con la democracia. El Duque de Westminster sigue siendo dueño de una buena porción del centro de Londres, y es par del Reino; lo que no quita que en los años corridos desde la creación de su dominio (que tiene, naturalmente, siglos de antigüedad), nuevos grupos sociales hayan ascendido y prosperado. En Gran Bretaña no se es rico sólo cuando se tiene en dominio indivisible cierta cuantía de tierra, sino también por la industria, el comercio y otras empresas.

En Chile, en tanto, se temió en la primera mitad del siglo XIX que la riqueza acumulada en las pocas manos de los mayorazgos iba a cohibir la expansión del país entero, lo que no deja de ser notable ingenuidad. Desde luego, cuando fue emitido aquel pronóstico él país a que se hacía referencia corría sólo entre los grados 24 y 43 de latitud sur. Hoy el país comprende de los grados 18 a 56, sin contar además la prolongación a la Antártida, esto es, al Polo Sur. La riqueza territorial ha sufrido, además, en el mundo entero, una redacción considerable y tal vez creciente en todo cuanto puede prometer al individuo ambicioso y audaz. Mucho mayor expansión prometen las industrias, en donde no se manipulan sólo productos obtenidos del suelo y del subsuelo, sino también sustancias sintéticas. La tecnología ha dejado a la tierra en término muy secundario en lo que podría llamarse abreviadamente creación de riqueza. Por los propios días en que se luchaba en torno a los mayorazgos, se descubría en Chañarcillo el portentoso yacimiento argentífero que surtió varios años a todos los chilenos con abundantes importaciones de lo indispensable y lo suntuario, especialmente de lo suntuario. Uno de los ricos de Chañarcillo, como muchos otros, Matías Cousiño, queriendo poner a cubierto sus caudales de la ley no escrita de caducidad que sigue a todo yacimiento minero, compró en el sur minas de carbón y un fundo en las vecindades de Santiago. Es un solo ejemplo del singular episodio de Chañarcillo, que sigue esperando un historiador que lo cale en profundidad.

Pero, en fin, volvamos al libro del señor Donoso. Que es de apasionante lectura, se deja ver por las observaciones que llevarnos hechas. Lo ha dictado un criterio muy curioso: el autor se siente heredero de los sentimientos y de las pasiones de cuantos, en la historia de Chile, han figurado en los grupos extremos, y a quienes para abreviar suele llamarse liberales; pero no con ellos sólo sino con los librepensadores, el nombre eufemístico que usaron, en el pasado siglo, los ateos. En vista de ello, comparte los puntos de vista de la gente de aquella época con fidelidad extrema, inclusive sin advertir, como en el caso de los mayorazgos que ya citamos, el error conceptual de fondo que oculta aquella campaña. Gracias a ello, asimismo, el libro tiene singular viveza y energía, y reproduce sabrosas anécdotas. Casi podría decirse que forma parte de la polémica de 1830, de 1850, y que seres como Portales, Montt, Irarrázaval, Egaña, que allí se citan, siguen vivos, por lo menos entre las líneas del escrito. Esto da a las páginas de la obra una vibración especial, que sería necio negar o reducir.

Merecería por cierto una segunda edición, pero es lástima que el autor no haya aprovechado la coyuntura para refundir el texto, aportando a él algunos temas coincidentes en donde la investigación y la crítica algo han avanzado”[55].

La sátira política en Chile

En 1950, la Imprenta Universitaria dio a luz el libro del profesor Donoso titulado La sátira política en Chile (223 pp.), obra que cronológicamente cubre desde las primeras manifestaciones de este género en 1811 hasta 1949 en que Jorge Délano (Coke) se desentendió de la dirección de la revista Topaze. El autor agregó en un apéndice documental la sentencia de la Corte de Apelaciones del 13 de febrero de 1938, que ordenó devolver a Coke el Nº 285 de Topaze, una nómina de periódicos de caricaturas, y 21 caricaturas correspondientes al período 1858-1938.

Los capítulos VII, VIII y IX de este libro, que llevan por título “Desde la Guerra del Pacífico hasta la administración Balmaceda”, “La borrasca política en la prensa satírica” y “Desde el Poncio Pilatos hasta El Sacristán”, también fueron publicados en la Revista Chilena de Historia y Geografía[56]. Según Guillermo Feliú Cruz, “el tema era nuevo y por primera vez se le trataba en conjunto”, agregando que Donoso proporcionó “la primera nómina que puede estimarse completa de los periódicos de caricaturas impresas en el país por orden cronológico, y además una nutrida bibliografía sobre el asunto del libro”[57].

El autor planteó el objetivo de su libro con la siguiente pregunta: “¿Constituye la prensa satírica una forma de expresión del sentimiento público, baladí y frívola, de la cual debe prescindir el historiador?”[58]. Agregó que la sátira y la ironía tienen la cualidad de constituir apreciaciones de personajes y situaciones, además de ser útiles como manifestaciones psicológicas. A su juicio, “el humor de los chilenos encontró en aquellos cauces el conducto para exponer opiniones que la parsimonia de la vida social y política consideraba intolerables. Pero, de la paciente lectura de los periódicos de guerrilla surge clara y nítida la evolución porque habría de atravesar el género en nuestro país, que va desde la procacidad más violenta hasta la manifestación de opiniones que caen dentro del terreno de la más demoledora oposición política. Con el desarrollo de la cultura, la prensa satírica constituyó, desde los días de la administración del señor Pérez, un factor no despreciable en la lucha de los partidos, e introdujo una verdadera manifestación de tolerancia y convivencia políticas... De aquí el interés que sus páginas ofrecen para el historiador”[59].

Donoso lamentó el escaso o nulo interés de los historiadores del periodismo nacional por la prensa satírica y de ello, a su juicio, proviene el desgreño y abandono en que se han mantenido las colecciones de estos impresos en las bibliotecas. El autor también reconoce que su libro adolece de un vacío, pues no abordó el tema de la prensa satírica en provincias.

Haciendo una evaluación de la obra, Raúl Silva Castro estimó que:

“El libro publicado por don Ricardo Donoso, La sátira política en Chile, contribuye, de manera sustancial, a nuestra historia literaria. Es verdad que la mayoría de las piezas que registra el señor Donoso en su estudio tuvo su origen en las asperezas de la lucha política, de modo que ciertos casos particularmente felices se convierten en otros tantos retratos de hombres políticos. Pero también lo es que la sátira --sea política o sea de cualquiera otra índole-- es un género literario de larga e ilustre historia, y como tal debe considerársela.

Desfilan por esta obra los principales escritores satíricos que ha tenido Chile, desde don Manuel de Salas hasta los contemporáneos nuestros, y aunque el propósito del autor ha sido exhaustivo, no deja la crítica de pronunciarse en él mediante dos formas igualmente sagaces: la primera, positiva, consiste en reproducir los trozos que le parecen culminantes en esta cuerda literaria; la segunda, negativa, se reduce a no mencionar a los escritores de segundo orden, destituidos de condiciones siquiera elementales de buen gusto y decencia. En otros casos, cuando el escritor fue alternativamente decente e indecente, el autor silencia este segundo aspecto o se refiere a él en términos genéricos. Tal ocurre, por ejemplo, con la polémica Mandiola-Soffia, pp. 71-3.

Considerada como una antología, La sátira política en Chile presenta bellos trozos como los de Blanco Encalada:

De la silla de Solón
a don Embrollo desvía
y en Peñalolén esconda su negra melancolía.

Y en el caudal de las aguas
que juegan con simetría,
apague su sed de mando,
de legislar su porfía.

En estos versos, como se sabe, caracterizaba don Ventura a don Mariano Egaña, que hacia 1840 era, sin duda, una de las principales figuras de la época.

Pero no tendríamos espacio para ir señalando uno por uno los fragmentos curiosos, significativos, que se ofrecen en la literatura satírica chilena; el que guste de tales extremos tiene a su disposición el libro que estamos comentando, en el cual se le ofrecen resueltos casi todos los problemas que suscita el genero. Por lo demás, debe anotarse que llega hasta hoy, estudiando detenidamente la revista Topaze, así en su producción hebdomadaria como en sus relaciones con la vida política. Teniendo en cuenta el período abarcado por esta publicación, no parece exagerado que se le concedan más páginas que a cualquiera de las anteriores.

La única excepción es, tal vez, la obra de Juan Rafael Allende, que el señor Donoso sigue en sus variadas transformaciones, copiando de cuando en cuando trozos de sus poesías satíricas, en que abundan la agudeza y la mordacidad. Cabe decir a este propósito que es ése, a pesar del talento innegable del versificador, el peor momento de la literatura satírica. No se perdona el recinto de la vida familiar, y se hacen imputaciones que hoy el buen gusto imperante en la prensa, rechazaría con verdadera indignación. Todos los satíricos de la época, por lo demás, dieron en la manía de ridiculizar al clero, acusándolo de un cúmulo de gravísimos delitos que parecen no haber existido sino en las imaginaciones calenturientas de quienes no pertenecían a él.

Allende, desgraciadamente, no tuvo fuerzas para imponerse a la mala moda, y emporcó no pocas de sus cuartillas con ataques que hoy no sólo suenan a falsos, por falta notoria de causa, sino también nos parecen abiertamente de mal gusto.

Las condenaciones de la Iglesia a semejantes excesos (que el señor Donoso reproduce en parte en su libro, p.92-3 y 115-6) no sólono fueron ineficaces, sino que han tenido un alcance que seguramente no pensaron sus autores, particularmente el arzobispo de Santiago don Mariano Casanova. Desde entonces, en efecto, jamás ha vuelto a prosperar un periódico anticlerical, ni parece hoy concebible que se intente editarlo. Los pálidos seguidores de Allende en esta cuerda destemplada, han debido confesarse que sólo el disgusto podía suceder a tales iniciativas, una vez que ellas fueron solemnemente condenadas por la Iglesia.

Los estudios sobre Armando Hinojosa y Pedro E. Gil, que aparecen en este libro (p. 129 y sigs.) son tal vez los más simpáticos y comprensivos. Y nada tiene ello de raro si se conserva el dato, ya adquirido por la tradición y confirmado con pruebas en este libro, de que fueron ambos autores los mejores que ha tenido en Chile a su servicio la sátira literaria, y que, exageraciones y destemplanzas aparte, en sus plumas hasta el dicterio se dulcificaba en gracia y chiste de irresistible comicidad.

De donde venimos a concluir, como decíamos al comienzo, que la sátira es una especialidad literaria y que su estudio interesa a los anales de la literatura. El aporte que ha hecho el señor Donoso no podrá ser menospreciado por cuantos intenten, en lo futuro, hacer la historia de nuestras letras. Precisa fechas, ordena informaciones dispersas, ofrece una bibliografía completa de los periódicos de caricaturas, sintetiza polémicas y da, en fin, un panorama de la evolución que ha sufrido el género de la sátira política en más de cien años de cultivo. Todo esto, en poco más de doscientas páginas (algunas de las cuales aparecen con reproducciones de grabados de diversas épocas), acredita el don de síntesis del autor y la profunda investigación previa que hizo posible su redacción amena, imparcial y simpática”[60].

Otros escritos

Otros importantes escritos de Ricardo Donoso Novoa son los siguientes: Historia de la constitución de la propiedad austral, obra escrita junto a Fanor Velasco, publicada originalmente en 1928 y reeditada por ICIRA en 1970 con el título de La propiedad austral; la recopilación de escritos de prensa de Vicuña Mackenna que hiciera junto a Raúl Silva Castro titulada Páginas olvidadas de Vicuña Mackenna en El Mercurio, Editorial Nascimento, Santiago, 1931; Recopilación de leyes, reglamentos y decretos relativos a los servicios de la enseñanza pública, Talleres de la Dirección General de Prisiones, Santiago, 1937; Tres historiadores chilenos del siglo pasado: Amunátegui, Vicuña Mackenna, Barros Arana, Buenos Aires, 1944; “Omisiones, errores y tergiversaciones de un libro de historia”, artículo aparecido en Atenea (Nº 377 y 378, 1958) y el mismo año editado en forma de libro por Nascimento, donde expresó sus reparos al libro de Jaime Eyzaguirre sobre la administración del presidente Errázuriz Echaurren; Fuentes documentales para la historia de la independencia de América: Misión de investigación en los archivos europeos, editado por la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, 1960, y, finalmente, Breve historia de Chile, Eudeba, Buenos Aires, 1963.

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