En las novelas policiales, los crímenes son cometidos por individuos sagaces que elaboran complicadas estratagemas para acabar con sus víctimas y escapar de la justicia. El ambiente del crimen suele ser refinado: villas campestres, balnearios de invierno o departamentos en famosas ciudades como Londres, París o Nueva York. Los policías son sabuesos que siguen metódicamente las pistas dejadas por los sospechosos. Finalmente, esos policías logran develar el misterio. “El gato entre las palomas” (como se titulaba una de las numerosas novelas de Agatha Christie) es atrapado, y todo vuelve a la coherente y segura normalidad. La versión televisiva de dichas historias no es muy diferente: los policías son arriesgados paladines que persiguen a psicópatas sangrientos o mafiosos millonarios. A veces el mafioso gana, pero no por mucho tiempo. Los poderosos/malvados siempre son castigados. Finalmente, corresponden a un mundo dividido en buenos y malos; en personas decentes y pacíficas (la mayoría) y personas indecentes y violentas (la minoría).
Ese tipo de historias policiales parecen ser las favoritas del público masivo y “global”, y también de la prensa chilena. Los delitos cometidos por asesinos en serie, en la clase alta y/o entre la gente famosa son la primera prioridad de los editores periodísticos chilenos a la hora de publicar esas noticias. Como menciona un trabajo de Cecilia Dastres, un asalto en Las Condes recibe más atención periodística que uno en Conchalí, y si el robo ocurre a un personaje conocido, es “más noticia” que a alguien desconocido. La violencia del asalto o el monto de lo robado son la segunda prioridad a la hora de informar[1].
Lamentablemente (para los editores) los delitos violentos y con resultados fatales son allí poco frecuentes. La gran mayoría de lo que el Ministerio de Interior chileno llama “delitos de mayor connotación social”[2] ocurre en las zonas céntricas y populares de las grandes ciudades. Sus actores son (tanto agresores como víctimas) las personas comunes y corrientes. En Chile, la mayor parte de los homicidios se producen entre hombre jóvenes y bajo la influencia del alcohol o de otras drogas, tanto en el caso del agresor como de la víctima. Según estadísticas de 1999 para el caso de los homicidios, el 95% de los hechores eran hombres y el 44% tenía entre 20 y 29 años. Un 11% no había estudiado nunca, un 46% había cursado parcial, o totalmente la educación básica y sólo un 8% tenía alguna forma de educación superior. De ellos, un 58% tenía antecedentes de delitos contra la propiedad. El perfil de las víctimas de homicidio, era similar: un 16% de ellas tenían entre 10 y 19 años, y un 44%, entre 20 y 29 años. Es decir, un 60% eran jóvenes. En su gran mayoría eran hombres y presentaban bajos niveles educacionales. Los homicidios se cometían principalmente de noche; tres de cada cuatro homicidas se encontraba bajo los efectos del alcohol u otras drogas, y dos de cada tres víctimas también lo estaba [3]. Asimismo, prácticamente todos los “delincuentes profesionales” (cogoteros, asaltantes, lanzas) fueron niños abandonados, que desertaron de la escuela pronto y se iniciaron robando para comer[4]. Asimismo, el enorme porcentaje de las denuncias por abuso policial se registra en contra de hombres jóvenes de sectores populares: obreros, comerciantes ambulantes y jóvenes en edad escolar[5].
Nada de refinados y solitarios asesinos que matan por grandes herencias o para dominar el mundo, como vemos. Y nada de metódicos policías que descubren paso a paso la marca del gato entre las palomas.
La situación de Chile ni lejanamente es la peor de su contexto. Según los cálculos de Naciones Unidas, América Latina es una de las regiones más violentas del mundo en estos términos. Las grandes ciudades latinoamericanas --Ciudad de México, Sao Paulo, Río de Janeiro, Cali, Bogotá-- están entre las ciudades más “peligrosas” del planeta. Según los datos de este organismo, en el período 1996-1999, un 77% de los habitantes de la región fue víctima de delitos comunes en los últimos cinco años, comparado con un 45% en Asia y un 61% en Europa Occidental, y sólo cercano al 74% registrado en África[6]. Se considera que, según las estadísticas, la criminalidad violenta aumentó sostenidamente en la región desde la década de 1970 en adelante.
Mencionando uno de los numerosos ejemplos acerca de cómo estos fenómenos han afectado la vida cotidiana de nuestros habitantes metropolitanos, en Brasil hace unos años atrás se convirtió en un buen negocio vender muñecos (bonecos) de tamaño natural, imitando a un hombre que se instala en el asiento del copiloto y acompaña a las mujeres conductoras solas en Río y Sao Paulo. Su precio podía alcanzar hasta los dos mil dólares, dependiendo de la sofisticación de su hechura[7]. En América Latina, incluso crímenes cuyos blancos solían ser las personas ricas se han vuelto una amenaza para aquellos que tienen mucho menos. El enrejado de calles y pasajes y la contratación de guardias privados ya no es algo que sólo hacen los más ricos. El llamado “secuestro express”, por el cual se exigen rescates de escaso monto o se le obliga a la víctima a vaciar sus tarjetas de crédito, es un fenómeno creciente en las grandes ciudades latinoamericanas.
El delincuente, y en especial el delincuente urbano, se ha transformado en nuestro “monstruo social”. Puede atacar a cualquiera. Basta volver un poco tarde a casa, basta confiar en un desconocido para que ocurra. A veces, no es necesario nada; sólo estar ahí. Las personas no se detienen cuando uno de estos delitos está ocurriendo; es mejor seguir de largo. De todas maneras, no es mucho lo que se puede hacer, y no se sabe qué tan peligroso puede ser ese asaltante. El triángulo clásico de los estudios sobre el delito (agresor-oportunidad-víctima) parece engrosarse y estar en todos los lugares, en todos los horarios, en todas las facetas de la vida. Para el caso de Chile, como escribía Hugo Frühling en 1999,
“El crecimiento de la acción represiva del gobierno y de las actuaciones de los grupos armados concitan preocupación y temor, pero provocan bajos índices de incertidumbre. (...) Lo mismo ocurre con las acciones terroristas, las que sólo en contadas ocasiones afectan a terceros no involucrados en el conflicto político central. Algo distinto ocurre en la actualidad respecto del temor a la delincuencia”[8].
Las encuestas actuales del Ministerio del Interior chileno muestran que, por ejemplo, en el año 1997, un 12% de los encuestados había sido objeto de robo en la calle; un 80% de ellos consideraba que era bastante probable o muy probable que sería víctima de un delito igual en los próximos 12 meses. Con respecto a otro tipo de delitos contra las personas, aproximadamente un 2% de los encuestados revelaron haber sido objeto de una agresión sexual o violación, y un 50% de los mismos pensaba que podía volver a ocurrirle en los próximos 12 meses[9].
De tal manera, estas visiones contienen una paradoja. Mientras se asevera que la delincuencia sí ha aumentado en Chile durante las últimas décadas, y que los debates sobre la seguridad ciudadana son un tema “nuevo” en Chile, se afirma que esta delincuencia no es tan alta como parece, que los niveles de delito y violencia son mucho menores que en otros países latinoamericanos y que la “inseguridad subjetiva” de los chilenos no tiene tanto que ver, en verdad, con índices de criminalidad o violencia muy altos.
¿Qué hay detrás de cierto tras estas informaciones? Refiriéndose a las cifras del delito, el largo ensayo acusatorio de Ramos y Guzmán subraya que en el Chile de la década de 1990,
“... las personas tuvieron más posibilidades de perder su empleo que de sufrir un robo con violencia; de ser víctimas del abuso policial que de ser asesinadas; de que una empresa los engañara (vendiéndoles un producto defectuoso o aplicándoles intereses abusivos) que de ser víctimas de un hurto”[10].
Asimismo, el estudio indica que si las denuncias por robo aumentaron en los últimos 20 años en un 144%, la mayor parte del alza (100%) se produjo en la década de 1980 --antes de la llegada de la democracia-- indicando que las dos mayores aumentos del período se registran coincidiendo con períodos de crisis económica: 1982 y 1998. El hurto, otro delito definido como muy preocupante para los chilenos, tuvo dos grandes períodos de incremento: 1982-1986 (50%) y 1992-1999 (70%). De hecho, entre 1991 y 1994 --cuando se instala con mayor fuerza el discurso público de auge de la delincuencia-- las cifras de hurtos bajaron en el país[11]. Ahora, debe agregarse que desde 1994 hasta el 2000, las denuncias por robo, por ejemplo, aumentaron espectacularmente, sobrepasando los índices de todo el período desde 1944 en adelante[12], como puede observarse en la tabla y el gráfico siguientes:
Denuncias de Robos y Hurtos
Frecuencia y Tasa cada 100.000 habitantes
Año |
Población país
|
Hurtos
|
Tasa
|
Robos
|
Tasa
|
1948 |
5.854.715
|
20.835
|
355,9
|
14.935
|
255,1
|
1949 |
5.962.981
|
22.573
|
378,6
|
13.902
|
233,1
|
1950 |
6.081.931
|
23.584
|
387,8
|
14.951
|
245,8
|
1951 |
6.202.797
|
23.130
|
372,9
|
14.907
|
240,3
|
1952 |
6.332.409
|
21.367
|
337,4
|
13.439
|
212,2
|
1953 |
6.469.786
|
20.381
|
315,0
|
13.603
|
210,3
|
1954 |
6.613.955
|
21.278
|
321,7
|
13.578
|
205,3
|
1955 |
6.763.940
|
22.175
|
327,8
|
13.552
|
200,4
|
1956 |
6.920.390
|
22.194
|
320,7
|
14.241
|
205,8
|
1957 |
7.083.958
|
21.027
|
296,8
|
13.916
|
196,4
|
1958 |
7.253.666
|
19.859
|
273,8
|
13.590
|
187,4
|
1959 |
7.428.539
|
19.528
|
262,9
|
13.548
|
182,4
|
1960 |
7.607.600
|
20.321
|
267,1
|
15.145
|
199,1
|
1961 |
7.793.440
|
19.129
|
245,5
|
14.958
|
191,9
|
1962 |
7.986.710
|
17.606
|
220,4
|
14.832
|
185,7
|
1963 |
8.183.524
|
18.639
|
227,8
|
16.129
|
197,1
|
1964 |
8.379.998
|
20.899
|
249,4
|
18.723
|
223,4
|
1965 |
8.572.247
|
20.454
|
238,6
|
19.881
|
231,9
|
1966 |
8.760.948
|
19.940
|
227,6
|
19.773
|
225,7
|
1967 |
8.948.692
|
17.786
|
198,8
|
19.767
|
220,9
|
1968 |
9.134.462
|
18.070
|
197,8
|
19.758
|
216,3
|
1969 |
9.317.241
|
17.213
|
184,7
|
21.298
|
228,6
|
1970 |
9.496.014
|
17.553
|
184,8
|
25.228
|
265,7
|
1971 |
9.669.935
|
16.513
|
170,8
|
27.671
|
286,2
|
1972 |
9.839.683
|
17.845
|
181,4
|
31.597
|
321,1
|
1973 |
10.006.524
|
17.952
|
179,4
|
27.630
|
276,1
|
1974 |
10.171.727
|
15.848
|
155,8
|
21.706
|
213,4
|
1975 |
10.336.560
|
18.157
|
175,7
|
28.698
|
277,6
|
1976 |
10.449.098
|
17.825
|
170,6
|
29.351
|
280,9
|
1977 |
10.658.494
|
15.705
|
147,3
|
26.901
|
252,4
|
1978 |
10.817.638
|
16.100
|
148,8
|
27.765
|
256,7
|
1979 |
10.979.419
|
15.295
|
139,3
|
29.449
|
268,2
|
1980 |
11.146.726
|
15.514
|
139,2
|
31.679
|
284,2
|
1981 |
11.318.558
|
13.927
|
123,0
|
29.398
|
259,7
|
1982 |
11.492.991
|
14.292
|
124,4
|
38.570
|
335,6
|
1983 |
11.671.524
|
16.979
|
145,5
|
45.648
|
391,1
|
1984 |
11.855.655
|
18.052
|
152,3
|
51.747
|
436,5
|
1985 |
12.046.884
|
21.690
|
180,0
|
63.814
|
529,7
|
1986 |
12.246.720
|
22.082
|
180,3
|
71.215
|
581,5
|
1987 |
12.454.160
|
22.961
|
184,4
|
67.831
|
544,6
|
1988 |
12.666.946
|
19.802
|
156,3
|
61.719
|
487,2
|
1989 |
12.882.818
|
17.685
|
137,3
|
61.082
|
474,1
|
1990 |
13.099.513
|
19.118
|
145,9
|
76.719
|
585,7
|
1991 |
13.319.726
|
18.205
|
136,7
|
81.804
|
614,2
|
1992 |
13.544.964
|
15.457
|
114,1
|
74.182
|
547,7
|
1993 |
13.771.187
|
16.102
|
116,9
|
74.779
|
543,0
|
1994 |
13.994.355
|
17.576
|
125,6
|
72.058
|
514,9
|
1995 |
14.210.429
|
19.769
|
139,1
|
72.544
|
510,5
|
1996 |
14.418.864
|
25.088
|
174,0
|
81.694
|
566,6
|
1997 |
14.622.354
|
24.940
|
170,6
|
82.183
|
562,0
|
1998 |
14.821.714
|
27.559
|
185,9
|
87.792
|
592,3
|
1999 |
15.017.760
|
33.889
|
225,7
|
108.494
|
722,4
|
2000 |
15.211.308
|
40.391
|
265,5
|
110.672
|
727,6
|
Fuente: Anuario Estadístico de la República de Chile, INE, 1948-1976. Anuario de Estadísticas Policiales de Carabineros de Chile, INE-Carabineros, 1977-200. Estimaciones y Proyecciones de Población 1950-2050, INE-CELADE, 1996.
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Sin embargo, estos datos siempre pueden cuestionarse; las denuncias no son los delitos. En algunos de ellos (asalto menor, robo de especies, o incluso otros más serios como las agresiones sexuales o las lesiones) las personas a menudo no denuncian los hechos por distintos motivos: el bajo valor de lo sustraído, evitar engorrosos trámites judiciales o no confiar en que el sistema de justicia les será de ayuda. En el caso del tráfico de drogas, es un hecho reconocido --pero muy poco mensurable cuantitativamente-- que en los lugares donde se concentra, los residentes tienen más reticencia o temor a denunciarlo. Cabe resaltar también la situación inversa: si hay un mejoramiento en la imagen y la eficiencia del sistema de justicia, policía y prevención (a nivel nacional o local) las denuncias también aumentarían; las personas empezarían a considerar que vale la pena denunciar los delitos, y la “cifra negra” disminuiría considerablemente, con una aparente alza delictual que en realidad no es tal[13].
Es por ello que, en el estudio comparado a nivel internacional, el delito de homicidio es utilizado como uno de los más confiables para acercarse a la realidad de violencia de un país, dada su baja tasa de subnotificación o subregistro. Hugo Frühling, en un trabajo publicado el año 2000, presentó las tasas de homicidios por cada cien mil habitantes desde 1944 hasta 1994, basado en las órdenes de investigar de la Policía de Investigaciones de Chile, su relación con el total de las órdenes de investigar por delitos y la población del país. La información entregada en un cuadro muestra que las tasas se mantienen relativamente estables durante 50 años (una tasa que varía de 10 a 6 por cada cien mil habitantes, aproximadamente). Los años en que son más altas son 1946 (10,22), 1947 (10,72) y 1970 (10,2). Se registra una baja durante el período 1990 a 1994. De hecho, los dos últimos años del período investigado (1993-1994) muestran la tasa más baja de todo el período: 4,71 y 4,64 por cada cien mil habitantes[14]. En el período 1994-2000, según la investigación realizada para este trabajo, la tasa de homicidios no aumentó significativamente, e incluso estuvo por debajo del promedio “histórico”, como puede verse en el cuadro y gráfico siguientes:
Homicidios. Ordenes de Investigar y Tasa cada 100.000 habitantes
Año |
Población país
|
Orden de investigar homicidios
|
Tasa
|
1994 |
13.994.355
|
650
|
4,64
|
1995 |
14.210.429
|
548
|
3,86
|
1996 |
14.418.864
|
633
|
4,39
|
1997 |
14.622.354
|
532
|
3,64
|
1998 |
14.821.714
|
561
|
3,78
|
1999 |
15.017.760
|
676
|
4,50
|
2000 |
15.211.308
|
744
|
4,89
|
Fuente: Anuario de Estadísticas Policiales de Investigaciones de Chile, INE-Policía de Investigaciones, 2000. Estimaciones y Proyecciones de Población 1950-2050, INE-CELADE, 1996. Elaboración propia.
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