Volumen 2, Nº1 Agosto de 2005

Seguridad Ciudadana y Sociedad en Chile Contemporáneo. Los delincuentes, las políticas y los sentidos de una sociedad

 

1. El “nuevo” delito

En las novelas policiales, los crímenes son cometidos por individuos sagaces que elaboran complicadas estratagemas para acabar con sus víctimas y escapar de la justicia. El ambiente del crimen suele ser refinado: villas campestres, balnearios de invierno o departamentos en famosas ciudades como Londres, París o Nueva York. Los policías son sabuesos que siguen metódicamente las pistas dejadas por los sospechosos. Finalmente, esos policías logran develar el misterio. “El gato entre las palomas” (como se titulaba una de las numerosas novelas de Agatha Christie) es atrapado, y todo vuelve a la coherente y segura normalidad. La versión televisiva de dichas historias no es muy diferente: los policías son arriesgados paladines que persiguen a psicópatas sangrientos o mafiosos millonarios. A veces el mafioso gana, pero no por mucho tiempo. Los poderosos/malvados siempre son castigados. Finalmente, corresponden a un mundo dividido en buenos y malos; en personas decentes y pacíficas (la mayoría) y personas indecentes y violentas (la minoría).

Ese tipo de historias policiales parecen ser las favoritas del público masivo y “global”, y también de la prensa chilena. Los delitos cometidos por asesinos en serie, en la clase alta y/o entre la gente famosa son la primera prioridad de los editores periodísticos chilenos a la hora de publicar esas noticias. Como menciona un trabajo de Cecilia Dastres, un asalto en Las Condes recibe más atención periodística que uno en Conchalí, y si el robo ocurre a un personaje conocido, es “más noticia” que a alguien desconocido. La violencia del asalto o el monto de lo robado son la segunda prioridad a la hora de informar[1].

Lamentablemente (para los editores) los delitos violentos y con resultados fatales son allí poco frecuentes. La gran mayoría de lo que el Ministerio de Interior chileno llama “delitos de mayor connotación social”[2] ocurre en las zonas céntricas y populares de las grandes ciudades. Sus actores son (tanto agresores como víctimas) las personas comunes y corrientes. En Chile, la mayor parte de los homicidios se producen entre hombre jóvenes y bajo la influencia del alcohol o de otras drogas, tanto en el caso del agresor como de la víctima. Según estadísticas de 1999 para el caso de los homicidios, el 95% de los hechores eran hombres y el 44% tenía entre 20 y 29 años. Un 11% no había estudiado nunca, un 46% había cursado parcial, o totalmente la educación básica y sólo un 8% tenía alguna forma de educación superior. De ellos, un 58% tenía antecedentes de delitos contra la propiedad. El perfil de las víctimas de homicidio, era similar: un 16% de ellas tenían entre 10 y 19 años, y un 44%, entre 20 y 29 años. Es decir, un 60% eran jóvenes. En su gran mayoría eran hombres y presentaban bajos niveles educacionales. Los homicidios se cometían principalmente de noche; tres de cada cuatro homicidas se encontraba bajo los efectos del alcohol u otras drogas, y dos de cada tres víctimas también lo estaba [3]. Asimismo, prácticamente todos los “delincuentes profesionales” (cogoteros, asaltantes, lanzas) fueron niños abandonados, que desertaron de la escuela pronto y se iniciaron robando para comer[4]. Asimismo, el enorme porcentaje de las denuncias por abuso policial se registra en contra de hombres jóvenes de sectores populares: obreros, comerciantes ambulantes y jóvenes en edad escolar[5].

Nada de refinados y solitarios asesinos que matan por grandes herencias o para dominar el mundo, como vemos. Y nada de metódicos policías que descubren paso a paso la marca del gato entre las palomas.

La situación de Chile ni lejanamente es la peor de su contexto. Según los cálculos de Naciones Unidas, América Latina es una de las regiones más violentas del mundo en estos términos. Las grandes ciudades latinoamericanas --Ciudad de México, Sao Paulo, Río de Janeiro, Cali, Bogotá-- están entre las ciudades más “peligrosas” del planeta. Según los datos de este organismo, en el período 1996-1999, un 77% de los habitantes de la región fue víctima de delitos comunes en los últimos cinco años, comparado con un 45% en Asia y un 61% en Europa Occidental, y sólo cercano al 74% registrado en África[6]. Se considera que, según las estadísticas, la criminalidad violenta aumentó sostenidamente en la región desde la década de 1970 en adelante.

Mencionando uno de los numerosos ejemplos acerca de cómo estos fenómenos han afectado la vida cotidiana de nuestros habitantes metropolitanos, en Brasil hace unos años atrás se convirtió en un buen negocio vender muñecos (bonecos) de tamaño natural, imitando a un hombre que se instala en el asiento del copiloto y acompaña a las mujeres conductoras solas en Río y Sao Paulo. Su precio podía alcanzar hasta los dos mil dólares, dependiendo de la sofisticación de su hechura[7]. En América Latina, incluso crímenes cuyos blancos solían ser las personas ricas se han vuelto una amenaza para aquellos que tienen mucho menos. El enrejado de calles y pasajes y la contratación de guardias privados ya no es algo que sólo hacen los más ricos. El llamado “secuestro express”, por el cual se exigen rescates de escaso monto o se le obliga a la víctima a vaciar sus tarjetas de crédito, es un fenómeno creciente en las grandes ciudades latinoamericanas.

El delincuente, y en especial el delincuente urbano, se ha transformado en nuestro “monstruo social”. Puede atacar a cualquiera. Basta volver un poco tarde a casa, basta confiar en un desconocido para que ocurra. A veces, no es necesario nada; sólo estar ahí. Las personas no se detienen cuando uno de estos delitos está ocurriendo; es mejor seguir de largo. De todas maneras, no es mucho lo que se puede hacer, y no se sabe qué tan peligroso puede ser ese asaltante. El triángulo clásico de los estudios sobre el delito (agresor-oportunidad-víctima) parece engrosarse y estar en todos los lugares, en todos los horarios, en todas las facetas de la vida. Para el caso de Chile, como escribía Hugo Frühling en 1999,

“El crecimiento de la acción represiva del gobierno y de las actuaciones de los grupos armados concitan preocupación y temor, pero provocan bajos índices de incertidumbre. (...) Lo mismo ocurre con las acciones terroristas, las que sólo en contadas ocasiones afectan a terceros no involucrados en el conflicto político central. Algo distinto ocurre en la actualidad respecto del temor a la delincuencia”[8].

Las encuestas actuales del Ministerio del Interior chileno muestran que, por ejemplo, en el año 1997, un 12% de los encuestados había sido objeto de robo en la calle; un 80% de ellos consideraba que era bastante probable o muy probable que sería víctima de un delito igual en los próximos 12 meses. Con respecto a otro tipo de delitos contra las personas, aproximadamente un 2% de los encuestados revelaron haber sido objeto de una agresión sexual o violación, y un 50% de los mismos pensaba que podía volver a ocurrirle en los próximos 12 meses[9].

De tal manera, estas visiones contienen una paradoja. Mientras se asevera que la delincuencia sí ha aumentado en Chile durante las últimas décadas, y que los debates sobre la seguridad ciudadana son un tema “nuevo” en Chile, se afirma que esta delincuencia no es tan alta como parece, que los niveles de delito y violencia son mucho menores que en otros países latinoamericanos y que la “inseguridad subjetiva” de los chilenos no tiene tanto que ver, en verdad, con índices de criminalidad o violencia muy altos.

¿Qué hay detrás de cierto tras estas informaciones? Refiriéndose a las cifras del delito, el largo ensayo acusatorio de Ramos y Guzmán subraya que en el Chile de la década de 1990,

“... las personas tuvieron más posibilidades de perder su empleo que de sufrir un robo con violencia; de ser víctimas del abuso policial que de ser asesinadas; de que una empresa los engañara (vendiéndoles un producto defectuoso o aplicándoles intereses abusivos) que de ser víctimas de un hurto”[10].

Asimismo, el estudio indica que si las denuncias por robo aumentaron en los últimos 20 años en un 144%, la mayor parte del alza (100%) se produjo en la década de 1980 --antes de la llegada de la democracia-- indicando que las dos mayores aumentos del período se registran coincidiendo con períodos de crisis económica: 1982 y 1998. El hurto, otro delito definido como muy preocupante para los chilenos, tuvo dos grandes períodos de incremento: 1982-1986 (50%) y 1992-1999 (70%). De hecho, entre 1991 y 1994 --cuando se instala con mayor fuerza el discurso público de auge de la delincuencia-- las cifras de hurtos bajaron en el país[11]. Ahora, debe agregarse que desde 1994 hasta el 2000, las denuncias por robo, por ejemplo, aumentaron espectacularmente, sobrepasando los índices de todo el período desde 1944 en adelante[12], como puede observarse en la tabla y el gráfico siguientes:


Denuncias de Robos y Hurtos
Frecuencia y Tasa cada 100.000 habitantes

Año
Población país
Hurtos
Tasa
Robos
Tasa
1948
5.854.715
20.835
355,9
14.935
255,1
1949
5.962.981
22.573
378,6
13.902
233,1
1950
6.081.931
23.584
387,8
14.951
245,8
1951
6.202.797
23.130
372,9
14.907
240,3
1952
6.332.409
21.367
337,4
13.439
212,2
1953
6.469.786
20.381
315,0
13.603
210,3
1954
6.613.955
21.278
321,7
13.578
205,3
1955
6.763.940
22.175
327,8
13.552
200,4
1956
6.920.390
22.194
320,7
14.241
205,8
1957
7.083.958
21.027
296,8
13.916
196,4
1958
7.253.666
19.859
273,8
13.590
187,4
1959
7.428.539
19.528
262,9
13.548
182,4
1960
7.607.600
20.321
267,1
15.145
199,1
1961
7.793.440
19.129
245,5
14.958
191,9
1962
7.986.710
17.606
220,4
14.832
185,7
1963
8.183.524
18.639
227,8
16.129
197,1
1964
8.379.998
20.899
249,4
18.723
223,4
1965
8.572.247
20.454
238,6
19.881
231,9
1966
8.760.948
19.940
227,6
19.773
225,7
1967
8.948.692
17.786
198,8
19.767
220,9
1968
9.134.462
18.070
197,8
19.758
216,3
1969
9.317.241
17.213
184,7
21.298
228,6
1970
9.496.014
17.553
184,8
25.228
265,7
1971
9.669.935
16.513
170,8
27.671
286,2
1972
9.839.683
17.845
181,4
31.597
321,1
1973
10.006.524
17.952
179,4
27.630
276,1
1974
10.171.727
15.848
155,8
21.706
213,4
1975
10.336.560
18.157
175,7
28.698
277,6
1976
10.449.098
17.825
170,6
29.351
280,9
1977
10.658.494
15.705
147,3
26.901
252,4
1978
10.817.638
16.100
148,8
27.765
256,7
1979
10.979.419
15.295
139,3
29.449
268,2
1980
11.146.726
15.514
139,2
31.679
284,2
1981
11.318.558
13.927
123,0
29.398
259,7
1982
11.492.991
14.292
124,4
38.570
335,6
1983
11.671.524
16.979
145,5
45.648
391,1
1984
11.855.655
18.052
152,3
51.747
436,5
1985
12.046.884
21.690
180,0
63.814
529,7
1986
12.246.720
22.082
180,3
71.215
581,5
1987
12.454.160
22.961
184,4
67.831
544,6
1988
12.666.946
19.802
156,3
61.719
487,2
1989
12.882.818
17.685
137,3
61.082
474,1
1990
13.099.513
19.118
145,9
76.719
585,7
1991
13.319.726
18.205
136,7
81.804
614,2
1992
13.544.964
15.457
114,1
74.182
547,7
1993
13.771.187
16.102
116,9
74.779
543,0
1994
13.994.355
17.576
125,6
72.058
514,9
1995
14.210.429
19.769
139,1
72.544
510,5
1996
14.418.864
25.088
174,0
81.694
566,6
1997
14.622.354
24.940
170,6
82.183
562,0
1998
14.821.714
27.559
185,9
87.792
592,3
1999
15.017.760
33.889
225,7
108.494
722,4
2000
15.211.308
40.391
265,5
110.672
727,6

Fuente: Anuario Estadístico de la República de Chile, INE, 1948-1976. Anuario de Estadísticas Policiales de Carabineros de Chile, INE-Carabineros, 1977-200. Estimaciones y Proyecciones de Población 1950-2050, INE-CELADE, 1996.

Sin embargo, estos datos siempre pueden cuestionarse; las denuncias no son los delitos. En algunos de ellos (asalto menor, robo de especies, o incluso otros más serios como las agresiones sexuales o las lesiones) las personas a menudo no denuncian los hechos por distintos motivos: el bajo valor de lo sustraído, evitar engorrosos trámites judiciales o no confiar en que el sistema de justicia les será de ayuda. En el caso del tráfico de drogas, es un hecho reconocido --pero muy poco mensurable cuantitativamente-- que en los lugares donde se concentra, los residentes tienen más reticencia o temor a denunciarlo. Cabe resaltar también la situación inversa: si hay un mejoramiento en la imagen y la eficiencia del sistema de justicia, policía y prevención (a nivel nacional o local) las denuncias también aumentarían; las personas empezarían a considerar que vale la pena denunciar los delitos, y la “cifra negra” disminuiría considerablemente, con una aparente alza delictual que en realidad no es tal[13].

Es por ello que, en el estudio comparado a nivel internacional, el delito de homicidio es utilizado como uno de los más confiables para acercarse a la realidad de violencia de un país, dada su baja tasa de subnotificación o subregistro. Hugo Frühling, en un trabajo publicado el año 2000, presentó las tasas de homicidios por cada cien mil habitantes desde 1944 hasta 1994, basado en las órdenes de investigar de la Policía de Investigaciones de Chile, su relación con el total de las órdenes de investigar por delitos y la población del país. La información entregada en un cuadro muestra que las tasas se mantienen relativamente estables durante 50 años (una tasa que varía de 10 a 6 por cada cien mil habitantes, aproximadamente). Los años en que son más altas son 1946 (10,22), 1947 (10,72) y 1970 (10,2). Se registra una baja durante el período 1990 a 1994. De hecho, los dos últimos años del período investigado (1993-1994) muestran la tasa más baja de todo el período: 4,71 y 4,64 por cada cien mil habitantes[14]. En el período 1994-2000, según la investigación realizada para este trabajo, la tasa de homicidios no aumentó significativamente, e incluso estuvo por debajo del promedio “histórico”, como puede verse en el cuadro y gráfico siguientes:

Homicidios. Ordenes de Investigar y Tasa cada 100.000 habitantes

Año
Población país
Orden de investigar homicidios
Tasa
1994
13.994.355
650
4,64
1995
14.210.429
548
3,86
1996
14.418.864
633
4,39
1997
14.622.354
532
3,64
1998
14.821.714
561
3,78
1999
15.017.760
676
4,50
2000
15.211.308
744
4,89

Fuente: Anuario de Estadísticas Policiales de Investigaciones de Chile, INE-Policía de Investigaciones, 2000. Estimaciones y Proyecciones de Población 1950-2050, INE-CELADE, 1996. Elaboración propia.

1. El “nuevo” delito | 2. Los nuevos conceptos: la Seguridad como un estado de la sociedad | 3. El comportamiento histórico de la seguridad ciudadana como tema de debate en la sociedad chilena | 4. La seguridad revisitada: la perspectiva global y la turbulencia local de los enfoques actuales | Bibliografía | Notas | Versión de impresión

 




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